lunes, 24 de diciembre de 2007

¡No encuentro el euro!

Alguien gritaba alegremente y buscaba por los suelos esa moneda que había salido disparada de su taquilla. El impulso de la llave la disparó con parecida energía a como la inflación y los redondeos abusan de monedas únicas. Cuando encontró el euro hacía bromas en público: me servirá por lo menos para comprar una pata de la carne del conejo, sana y sabrosa; no lo usaré para dara propinas a quien ya se cobra su parte cuando me sirve; lo guardaré en un bolsillo especial para recordarlo cuando se me desdibuje; me servirá para consolarme que me queda menos para tener más.
La persona en cuestión, pensionista, se regodeaba del hallazgo y decía las virtudes de tal moneda en la ridiculez de su nómina. Que se agacharía por cualquier valor monetario que viera en el suelo. Que racionaría sus gastos estas Navidades. Que en las rebajas de enero te demuestran que, aunque te sigan engañando, lo hacen menos y te lo explican con el precio antiguo y el rebajado.
El hombre desnudó a la sociedad tras la persecución de un valor que ahora está muy fuerte en los mercados internacionales, aunque cada vez dure menos en los bolsillos.

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