domingo, 6 de enero de 2008

Ahora que nos dejan, no podemos

Uno de esas personas de las llamadas de la tercera edad se apresuraba a entablar una de sus primeras conversaciones de la mañana. Era a primera hora, ya se había duchado y estaba a punto de colocar su última prenda antes de marchar. Pertenecía a ese gran colectivo de muy adultos que ya se han hecho una agenda muy consolidada por la rutina. Como el sueño al natural, sin pastillas, no abunda, al primer síntoma de clarear estaba en pie, a punto para calentar sus manos con la primera barra del pan del horno de toda la vida.
Después, a la piscina. Decía que se había convertido en un hábito muy saludable, aunque había quien sospechaba que iba por ahorrar factura de agua y gas en casa y para entablar conversaciones con el equipo habitual. Sauna, algo de gimnasia, piscina lúdica y mucha lengua. Y la practicó con uno de sus contertulios habituales.
Mientras se reían de la dosis diaria de pastillas que les habían asignado, bromeaban aún más con su actual interés por cultivar el cuerpo. Ellos que, antes, de tanto trabajar lo máximo que hacían era pasear, ahora presumían de ser unos seres muy aconsejados por sus varios médicos para que hicieran ejercicio. ¿Más aún? Toda la vida con trabajos muy físicos y el galeno insistiendo. Se imaginaban en voz alta a sus firmantes de recetas, con cuerpos muy poco cultivados por lo que predicaban. Comentaban la letra que hacían, los segundos que les dedicaban en la consulta y el caso que les hacían. Estaban en ello. Ahora el trabajo les permitía ejercitarse saludablemente pero la máquina no daba para más. No paraban de reírse del crujido de huesos, de la poca flexibilidad, de las arrugadas carnes. Pero se esforzaban en madrugar y en seguir con un humor aún más saludable que sus intentos.
Ellos sí podían y conseguían animar a aquella juventud que no se saludaba por las mañanas, que iban a cumplir la programación diaria. Ellos ya la tenían hecha, ahora que podían un poco más de lo que les dejaban.

No hay comentarios: